Hasta 1910, si una mujer quería ir a la universidad necesitaba un permiso especial y, aun así, la situación era excepcional: permanecía encerrada en la sala de profesores hasta que llegaba la hora de la clase; el profesor la iba a buscar, la escoltaba con un bedel hasta el aula y la sentaba al lado de su mesa, separada de los hombres. Así estudiaron Matilde Padrós y María Goyri, primeras licenciadas en Filosofía y Letras. Años atrás, Emilia Pardo Bazán y Concepción Arenal habían tenido que vestirse de hombre para asistir a clase.
La Residencia de Señoritas abrió en 1915 siguiendo el camino de la Residencia de Estudiantes. Auspiciada por la Junta de Ampliación de Estudios y el International Institute for Girls, tenía como prioridad potenciar el acceso de la mujer a la educación. El alma de la residencia era la pedagoga María de Maeztu, su directora, que siguió el modelo de los colleges norteamericanos. Empezó con treinta residentes en un hotelito de la calle Fortuny. Veinte años después, tenía 300 residentes en doce edificios. En su afán por que las mujeres se abrieran al conocimiento, María de Maeztu ofreció la Residencia a «todas aquellas mujeres que quisieran adquirir un complemento de cultura sin aspirar a un reconocimiento oficial de estudios».
María de Maeztu insistía en que las universitarias debían formarse en otras disciplinas más allá del Magisterio. Instaló un laboratorio donde se hacían prácticas de farmacia y una biblioteca con 14.000 volúmenes; Julián Marías y María Zambrano impartieron clases de Filosofía; Maruja Mallo enseñó Arte. Por ella pasaron Azorín, Baroja, Alberti, Lorca, Ortega y Gasset, Concha Méndez, Clara Campoamor, Victoria Kent, Victoria Ocampo, Gabriela Mistral y otros muchos intelectuales. Marie Curie durmió en la residencia cuando visitó Madrid para impartir una conferencia en la Residencia de Estudiantes.
La prensa de la época hablaba de la Residencia y de sus alumnas como una rareza. Las observaban con curiosidad. Ángel de Sarto, en un artículo para la revista Crónica en diciembre de 1929 preguntaba a Eulalia Lapresta por el comportamiento de las chicas en las horas de estudio; se refería a las estudiantes como las «encantadoras mujercitas» y expresa así su sorpresa por encontrarlas estudiando, en silencio, cuando entra en la biblioteca: «Admirable, teniendo en cuenta el horrendo sacrificio que debe suponer para todas estas lindísimas é inteligentes criaturas la voluntaria condenación al silencio—; es ejemplar, maravilloso, edificante».
Hasta el 27 de marzo puede verse en Madrid la exposición Mujeres en Vanguardia, comisariada por Almudena de la Cueva y Margarita Márquez Padorno. Más de 400 documentos cuentan la vida en la Residencia: fotografías, cartas, folletos, invitaciones a conferencias, horarios de clase, autorizaciones paternas... También se muestran obras de Maruja Mallo, Delhi Tejero, Ángeles Santos, Menchu Gal, Victorina Durán y otras artistas vinculadas a la Residencia. De esta exposición surge un hermoso catálogo que nos traslada a la Edad de Plata.
La Residencia de Señoritas cambió la vida de este país. Fue esa habitación propia que reivindicaba Virginia Woolf. La Guerra Civil acabó con ese espacio de libertad, pero la semilla ya estaba plantada.
Una versión reducida de este artículo apareció publicado el jueves 4 de febrero de 2016 en «Artes & Letras», suplemento cultural de Heraldo de Aragón. Aquí podéis descargar el artículo en PDF.
¿Quieres estar informado sobre los autores que visitarán la librería próximamente? Suscríbete a nuestra agenda para recibir toda la información.