Desde muy joven, Anne Sexton (Newton, EEUU, 1928) tenía dentro una fuerza devastadora inmensa. Una fuerza superior que la arrastraba a la muerte aun cuando amaba la vida. Empezó a escribir poemas cuando su terapeuta le pidió que canalizara esa energía abrasadora. No sospechaba que se iba a convertir en una de las poetas más importantes del siglo XX.
Anne Sexton creció sintiendo una gran falta de afecto. Escuchó a sus padres decir que no era una hija deseada. Creció creyendo que era un error. Fue rebelde desde niña, hizo que la expulsaran de todos los colegios donde la matriculaban; a los 20 años, cuando estaba preparando su boda, plantó a su novio y se fugó de casa para casarse con otro hombre. Entonces llegó la oscuridad. Vivió el nacimiento de su hija como una experiencia terrorífica. Comenzaron las depresiones, los intentos de suicidio, los internamientos. No la abandonarían nunca.
En 1956, el seminario de poesía de John Holmes cambia su vida. Dedica todo su tiempo a escribir: sus hijas dicen que «una madre es una persona que escribe a máquina todo el día». Terminar un poema le cuesta meses y corregirlo «es como lijar un trozo de piel quemado por el sol». Envía sus obras a revistas literarias y son recibidas con gran aceptación. Sus poemas dejan ver detalles íntimos de su vida, hablan de su fragilidad mental, del sexo. Su poesía confesional fue recibida por unos como poderosa y cercana, por otros como exhibicionista e impúdica.
En 1960 publica su primer poemario -Al manicomio y casi de vuelta- y se introduce en los círculos literarios. Conoce a poetas a los que admira, como W.D. Snodgrass -que se convertiría en su mentor-, Robert Lowell o a una joven Sylvia Plath que aún está empezando pero que ya cuenta con un largo historial de intentos de suicidio. Su poesía adquiere cada vez más importancia, es invitada a lecturas y conferencias, consigue becas y publica varios poemarios. Pero el éxito le pasa una enorme factura: cuánto más lejos llega, más frágil se siente. Ni el Premio Pullitzer que le conceden en 1967 por Vive o muere consigue acallar las voces que la empujan al abismo. Se siente incapaz de vivir.
Anne Sexton dedicaba gran parte de su tiempo a escribir cartas. Mantenía correspondencia con escritores y amigos, pero también con admiradores o con personas con enfermedades mentales que se sentían identificadas con su poesía. La editorial gallega Linteo, tras publicar su Poesía Reunida, presenta Anne Sexton. Un autorretrato en cartas. Como si fuera una autobiografía o un libro de memorias, se lee como una larga confesión. Recopiladas por su hija Linda -albacea literaria de Sexton- entre más de 50.000 documentos, estas cartas tratan de ser «el mapa del tesoro de la vida de Anne Sexton».
En 1964, confiesa en una carta: «Creo que será un milagro si algún día no acabo matándome». Lo intentó muchas veces, lo consiguió el 4 de octubre de 1974. Tenía 45 años. Tras corregir las galeradas de un nuevo poemario con su mejor amiga, llegó a casa, anuló una cita con su amante, se quitó los anillos y se vistió con el abrigo de visón heredado de su madre. Bajó al garaje con un vodka con hielo. Entró en su coche, puso la radio y encendió el motor. Allí encontró la muerte que tanto había buscado, una muerte que odiaba y amaba. Una muerte que puso fin a su corazón delicado.
Una versión reducida de este artículo apareció publicado el jueves 21 de enero de 2016 en «Artes & Letras», suplemento cultural de Heraldo de Aragón. Aquí podéis descargar el artículo en PDF.
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