Presentación de «El lector incorregible», de José Luis Melero

Presentación de «El lector incorregible», de José Luis Melero

12-11-2018

El lunes 12 de noviembre acompañamos a José Luis Melero al Paraninfo de la Universidad de Zaragoza, donde presentó su nuevo libro «El lector incorregible» (Xordica) junto a la periodista Genoveva Crespo y al escritor Rodolfo Notivol.

Empezó la presentación Genoveva Crespo, que fue ovacionada en varias ocasiones.  Estas fueron sus palabras:

Todos sabemos lo querido y admirado que es Pepe Melero, y no hay más que ve cómo está hoy este Aula Magna del Paraninfo. Por eso, es una gran responsabilidad estar a la altura de tanto cariño y tanta expectación.

Gracias, Pepe, por la confianza y haberme invitado a presentar, junto a Rodolfo, de quien me encanta ser pareja esta tarde, “El lector incorregible”.

Todos los que estamos aquí somos de tu club de fans y muchos ya habíamos leído las “Fábulas con libro”,  así que parece más procedente invitar a la lectura del libro    compartiendo algunas de las reflexiones que suscita  la lectura enlazada de los 120 artículos.

La primera es dar la enhorabuena a Heraldo de Aragón y a Antón Castro por tenerte desde hace ya tres lustros en la página 2 de Artes y letras. En tiempos en que los medios de comunicación, ante la profusión de canales, tienen cada vez más difícil sorprender, las pocas líneas de tus fábulas son esperadas cada jueves porque cumplen sobradamente la máxima de enseñar, informar y entretener, en temas muy diferentes.

Como bien sabemos, nuestro amigo Pepe es un erudito en muy distintas disciplinas: los libros, lo aragonés y lo zaragozano, la historia, la jota, fútbol, tradiciones, viajes, gastronomía, costumbres… y vuelta a los libros, la literatura, los raros, la poesía,…

Lo comprobamos de nuevo en “El lector incorregible”, retrato fiel de que el amor por los libros de viejo es una pasión cada vez más excéntrica, es verdad, pero una fortuna para quienes la sienten. Fuente inagotable de hallazgos y felicidad que quienes, como Pepe, además escriben, comparten generosamente con sus lectores.

“El lector incorregible” es eso, un auténtico cofre lleno de tesoros unidos por un hilo invisible: el melerismo. ¿Y qué es el melerismo? Lo primero, como he dicho, la pasión por los libros. Buscarlos y atesorarlos, sí. Pero sobre todo leerlos, anotarlos y escribir a partir de ellos. Pepe repite a menudo que los libros le han hecho escritor. Pues eso: primer distintivo del melerismo: amor a los libros.

Y como fruto, la erudición. Aunque en sus artículos tiene la modestia de escribir a menudo “como todos sabemos”, te tengo que decir, Pepe, que no, que no sabemos casi nada de  lo que nos cuentas. Hay que exprimir mucho la condición de letra herido para atesorar tantos conocimientos, sobre tantos ámbitos, autores y lugares como tú haces.  

En “Tres bibliólatras olvidados”, por ejemplo, en apenas una carilla, desfilan 12 personajes, que enlazan siete lugares y varias obras. Pepe, a tus lectores, ya nos gustaría, pero no sabemos tanto

Es verdad que ahí habla de pura bibliofilia, pero pasa lo mismo cuando aborda la vida y obra de Ramón J. Sender (166), de Federico García Lorca (165) o de tantos autores raros, que gracias a Pepe reciben la luz del público.

Porque otro de sus distintivos es iluminar autores e historias de las que nadie se ocupa y que afloran de su mano a una nueva e insospechada vida.

Pero si hay un eje fundamental y casi transversal del melerismo ese lo forman Aragón y Zaragoza. O lo aragonés y lo zaragozano. De hecho, su amor por los libros parece un pretexto para hacer una declaración de amor personal e inimitable a Aragón y Zaragoza.

Por supuesto, recuperando del polvo y del olvido a los impresores, editores y autores aragoneses. Pero también, reivindicando nuestras gentes, nuestros paisajes, nuestro patrimonio, nuestra cultura. Sin apriorismos. Ya tendrá tiempo de formarse su juicio, que Pepe nunca es neutral. Pero primero, saber los qués y los porqués.    

Así, sabemos que lo aragonés sale en el Quijote 33 veces y que nuestro amigo tiene 7 ediciones diferentes, cada una con su pequeña gran historia, y que le son especialmente queridas las vinculadas a las imprentas zaragozanas. O que la melodía “La última rosa del verano”, que suena en la reciente película “Un anuncio en las afueras”, ya subyugó en los años 30 a Ramón Acín, que la puso en su cajita de música, una pequeña joya intelectual que Pepe y veinte amigos rehicieron hace algunos años para honrar la memoria del gran escultor oscense, asesinado al inicio de la guerra. O el poema de Antonio Machado dedicado a Zaragoza, glosada como “Cesaraugusta tiene / ira y sangre en las venas”, a propósito del asesinato de los funcionarios que iban a reparar el alumbrado público.

Y de ese compartir conocimientos sobre lo nuestro, a la reivindicación. La defensa de lo propio es pura esencia melerista. Desde añorar el cine Elíseos o el deseo de que vuelva la lápida que daba cuenta de los límites de la vieja Zaragoza, a invitar al amable lector a hacer lo que está en su mano: apoyar lugares e iniciativas que nos dan carácter, para asegurar su pervivencia. Bien sabemos que Pepe lo hace y que, con un contagioso entusiasmo,  alguna pérdida ha evitado.

En la misma línea está su defensa de que calles y casas honren a quienes acogieron. Él aporta sus textos, que nos permiten pasear con los ojos cerrados por la Zaragoza de hoy, la de ayer y la de anteayer. Así, de la mano de Pepe sabemos dónde se vendía la leña, de quién era la farmacia del cruce del Coso, y cómo es y dónde está, desde hace más de 200 años, la ignota y maravillosa biblioteca de Roda, de la que también nos ha dado pistas Domingo Buesa, que aquí nos acompaña.  

Porque, en sus fábulas, los sitios van unidos a los personajes, y los domicilios de ilustres vecinos traen el devenir de la ciudad. Como la previsible contribución de Joaquín Gil Berges, ministro que fue de la I República, al derribo de la Torrenueva: en su descargo desvela que vivía enfrente, a la sombra de la ‘temida’ inclinación. También, que Ricardo Sasera, el de la Glorieta, compraría después la madera del derribo para hacer su despacho, que luego legaría para sala de juntas de la Facultad de Derecho. Por cierto, Pepe, allí no está, tal y como nos ha contado Angel Luis Monge, que también nos acompaña: sería para la antigua sede de la Magdalena, pero no sobreviviría…

Y de lo zaragozano a lo aragonés y “el aragonés”: la vieja lengua del reino, que Pepe ha estudiado y rastreado por los valles del Pirineo, y que ansía conocer mejor si un día los herederos de Tomás Buesa editan, o lo permiten, la obra de Bernardo Larrosa, el eslabón perdido del siglo XIX del aragonés.

Más allá de la lengua, Pepe está siendo clave en la recuperación de la dignidad de la jota como seña de identidad de Aragón, limpia de viejos prejuicios, como vivió en directo en el entierro del gran José Iranzo. Pepe, como Juan Martínez, estuvo allí y nos lo cuenta con emoción.

Otro elemento de la trazabilidad del melerismo es su militancia en la amistad. No hay más que ver hoy esta sala, que agradece así que nos quiera a todos tal y como somos, importantes o secundarios, sin imposturas ni perfecciones imposibles. Gracias, Pepe.  

En “El lector incorregible” aparecen muchos de ellos. Ildefonso Manuel Gil, Rosendo Tello, Luis Marquina, Eloy Fernández Clemente, Angel Artal, Vicente Mtez Tejero o José Antonio Labordeta, de la generación anterior. O Ignacio Martínez de Pisón, el añorado Félix Romeo, Antón Castro o Luis Alegre, entre sus coetáneos. La relación sería interminable. Para algunos de los desaparecidos, Pepe es una neurona espejo de lujo, que alarga su presencia entre nosotros.  

La prosa de Pepe también tiene señas de identidad. Mantiene la claridad que ya asomó hace 15 años en “Leer para contarlo”. Ante escritores abstrusos, como Joyce y Juan Benet, ironiza sobre tanto oscuro como hay entre los grandes popes de la literatura universal. Pepe los conoce, faltaría más, pero, afortunadamente para sus lectores, les dedica poco rato.

En busca de esa claridad, cuida la construcción de cada frase y, desde el gran respeto que tiene a la lengua, nos trae palabras preciosas, que hasta invitan a visitar el diccionario. Batahola, escamondado, chiscón, tabuco, acetre, plúteo, suripanta, cenceño,…  ahí queda eso!

Qué decir del buen humor. Abundan los artículos que lees con la sonrisa puesta.        Sí, Pepe, consigues tu propósito y nos haces felices muy a menudo con sus textos.

Pero también cuenta detalles que te atraviesan el pecho. Aunque huye de la gravedad, es inevitable contagiarte cuando Pepe se pregunta qué hacía el general Miaja leyendo una novela policíaca en el avión en el que abandona España el 29 de marzo de 1939, tras perder la guerra. “No me puedo acostumbrar a la frialdad de los grandes hombres”, escribe. En sentido contrario, nos ofrece la épica y tristísima escena del tenor Carlos Lizondo, cantando el “Adiós a la vida” ante el pelotón de fusilamiento en las tapias de Torrero.   

Exactamente, eso ocurría el día 5 de agosto de 1940. Porque Pepe cuenta las cosas con verdades como las de antes: hechas con toda la precisión a su alcance. Nuevas investigaciones las podrán superar, pero nunca será por conformismo o descuido presente.

También hay melerismo en su capacidad para unir temas aparentemente disparatados. En ”La cara oculta de las cosas” se encadenan los Grimaldi, los colores del Español, María Félix o Dámso Alonso, de quien cuenta que tenía montada una guardia figurada en la puerta de su casa para evitar la entrada de más libros.

Otra señal melerista: nuestro amigo es de natural desprendido, aunque no tan majadero como escribea que decía José Donoso. Ya lo habrán leído: “Hay que ahorrar en lo necesario, para gastar en lo superfluo”.

Aunque, para desprendida, su señora, que casi todo se lo consiente. Pepe, que sepas que aún haces poco la pelota a Yolanda… Melero puede que sea el único bibliófilo de España que no tiene que mentir sobre qué compra y cuánto paga. Quizá solo diferir un poco el dato…

Confiesa que el libro más caro que tiene es en realidad un álbum, ejemplar único, de las fotografías de los jugadores del Real Zaragoza que dedicaron a su entrenador, Jacinto Quincoces, en 1942. Siendo así, Pepe, habría que montarle una exposición.

Por mi parte, del Zaragoza, que como ustedes saben o imaginan, también aparece a menudo en el libro, no voy a señalar nada más. Ya lo hará Rodolfo, que para eso van juntos a la Romareda. Acaso, decirte que iremos al cine cuantas veces quieras esconderte. Hoy, solo suspirar y desearnos suerte esta noche en Tarragona.

Sí debo hablar de los rastros, esos lugares en los que Pepe es feliz. Los que hemos tenido el privilegio de viajar con él sabemos que hay que dejarle perderse por librerías, almonedas o tenderetes callejeros. Otros, como nos narra, lo pasan bien corriendo por calles y parques de las ciudades que visitan. Es muchísimo mejor acompañar a Pepe mientras rebusca en estanterías, cajas y mostradores… sabemos que vendrá buena historia después. Pero hay que haber dedicado muchas horas para llegar a su particular eureka! Como esa mañana feliz y triste a la vez, en el rastro de Reus, al descubrir que tenía entre manos los libros del anarquista y premio de las letras aragonesas, Francisco Carrasquer.

No podría concluir estas líneas sin nombrar otra de sus grandes referencias: la poesía y los poetas, los pobres poetas, dicho a la manera de Neruda.  Especialmente los del exilio y tantos raros y aragoneses que merecerían más lectores. Pepe los lee y estudia, y adora a muchos de ellos, como los del 27 y Niké, el citado Tello, Luciano Gracia o Angel Guinda. Como adora a nuestros cineastas, que se lo agradecen con cameos hilarantes e impagables.

Por supuesto, sus libros han de ser primeras ediciones. Y mejor, con dedicatoria, y dar así continuidad a la emoción de quien los sostuvo antes. Por cierto, si alguno de ustedes le quiere regalar algo y no sabe qué, que sepan que a Pepe le gustaría tener un ejemplar dedicado de José María Hinojosa. Yo no sé qué tiene Hinojosa, pero en las últimas tertulias se ha hablado mucho de éste poeta. Casi tanto como ha dado que hablar esa afirmación de Andrés Trapiello de que no le gustan los libros…

 

Y voy ya a la coda…

En la trazabilidad del melerismo no hay afán de posteridad. Pero, tras haber visto tantos despojos en rastros y librerías, sí alberga la humana inquietud de preguntarse eso de “¿qué será de mis libricos?”  Pepe, tranquilo: en tu casa hay mucho juicio y estoy segura de que tu y tu familia sabréis qué hacer con ellos. Pero, más allá de qué ocurra con los libros y sus preciosos ex libris, a quien hay que darte una ocupación pública es a tí. Y no solo para darte soporte ante tanta gente y colectivos como atiendes. Que también. Coincidirán conmigo en que no hay otro zaragozano que atienda y acompañe a tanta gente, sean de la cultura, el futbol o la jota.

Si yo fuera una autoridad como algunas de las que aquí nos acompañan, o persona influyente de esos entornos, igual que recuperamos la figura del Justicia de Aragón, traería a nuestras instituciones la del Cronista de Aragón. Entre tanto cargo y carguico, ¿por qué no volver a tener nuestro Cronista?

En tiempos de tanta sobreinformación y tanto ruido, un Cronista como Pepe Melero, culto, entusiasta de lo aragonés, con criterio, curioso, amable,… que hace cosas sin que se las pidan como:

  1. Llevar la cuenta de los premios nacionales en sus muy variadas disciplinas
  2. Que se lo sabe todo sobre aragoneses pasados y presentes
  3. O que, antes de internet, que ahora es muy fácil…. Si necesitabas el dato de cuántos ministros había tenido Aragón, la vía más corta para saberlo era llamarle. Y ahí tenías nombres, ámbitos de gestión, años, de qué familia…   

                       …sin duda, haría una función cultural y social extraordinaria.

Pepe Melero, cronista de Aragón. Tu precio: una historia con la que deleitarnos cada día. Si ya casi lo haces teniendo que trabajar, imagínate a tiempo completo.

Lector incorregible, sí, te lo deseamos por muchos años.

Escribidor incorregible, también. Pepe, necesitamos tus historias.

Muchas gracias y enhorabuena, Pepe, a ti y a Xordica por esta delicia libro. Al Paraninfo y a Portadores de sueños por organizarlo.

Y a todos ustedes, gracias también por su atención.

 

A continuación, tomó la palabra el escritor Rodolfo Notivol, que despertó risas desde el principio de su intervención:

 

Presentar este libro me ha permitido descubrir a un Pepe Melero distinto, desconocido para mí.

Hace unos días, después de un inocente comentario mío en Facebook en el que hacía referencia a este acto, recibí la siguiente contestación de su parte: «Te recuerdo que yo hablo el último. Y el que ríe el último…» Como ustedes comprenderán, tan palmario intento de coacción me dejó desconcertado y me hizo plantearme algunas cosas:

¿Es habitual en Melero extorsionar a los presentadores de sus libros? ¿Es posible que, con su cara de buen chico, de comulgante aplicado, diría yo, Melero nos tenga a todos engañados?

Por supuesto, al principio, me dije que no, que no era posible, que era mi amigo y que le conocía bien. Pero luego me vino a la cabeza la presentación de otro de sus libros, la de Los libros de la guerra, cuando nuestro querido y añorado J.A. Labordeta soltó aquella frase memorable que bien merecería pasar a los anales de la historia de las presentaciones: «Si no me hubiera visto obligado a presentarlo —dijo—, yo jamás hubiera leído este libro». ¿Fue solo un arranque de franqueza aragonesa?, me pregunté. ¿O acaso José Antonio había sido ya víctima de las intrigas meleristas y estaba respondiendo a las mismas con su acostumbrada rebeldía?

No supe ni quise contestarme.

Ahíto de preocupación, comencé la lectura de El lector incorregible y a las pocas páginas di con las siguientes líneas: «En mis lecturas de este verano sobre Joyce —nos dice Melero— me encontré con algunas cosas curiosas. Por ejemplo, con que no le gustaba a Juan Benet, lo que llamó mi atención, pues siempre pensé que los amigos de lo abtruso se sentirían cómodos en la misma cofradía». Como pueden imaginar, al acabar de leerlo me temblaban las piernas bajo la mesa ¿Si era capaz de decir semejantes cosas sobre Joyce o Benet, qué no sería capaz de decir sobre este humilde juntaletras?

En fin. Les cuento todo esto para que, si encuentran excesiva la lista de halagos y alabanzas que viene a continuación, sean comprensivos conmigo y tengan en cuenta que estoy sometido a una gran presión.

Empecemos pues:

Pepe Melero es el Woody Allen de las letras aragonesas. (¿Te parece bien así, Pepe?)

Y lo es, no solo porque si dices las palabras médico u hospital en su presencia se marea, que también, sino porque, como el director neoyorkino con sus películas, ha logrado que cada dos años sus seguidores esperemos ávidos, ansiosos, hasta con síndrome de abstinencia diría yo, puestos ya a exagerar, una nueva entrega de sus artículos.

¿Y por qué ocurre esto?, se preguntarán.

Pues ocurre porque todos sus libros se parecen, pero todos nos sorprenden.

Porque todos están hechos de pequeños detalles, de esos con los que se hace la buena literatura y con los que se conoce a la buena gente.

Porque cada uno de sus textos es una celebración de la vida que más nos gusta: la ciudadana, la culta, la más libre.

Porque en sus textos la vida pequeña puede siempre con las grandilocuencias.

Porque lo que le gusta de Joyce no es el Ulisses, sino las cartas llenas de cochinadas que escribía a su esposa Nora.

Porque aunque le mire el culo a las hijas de sus amigos es solo en las películas y porque él se debe a su público.

Porque nos enternece que piense que es un buen actor cuando el bueno de verdad es Ismael Grasa.

Porque a este paso antes ganará un Goya que verá al Zaragoza otra vez en primera.

Porque si hubiera un Oscar a la amistad bien entendida él estaría siempre nominado.

Porque, según él, «el valor de los amigos no depende de lo que piensen, sino de cómo y cuánto nos quieran».

Porque cualquiera que leyera sus libros querría ser amigo suyo. Salvo Joyce y Benet, claro.

Porque nos recuerda cómo fantaseaba Félix Romeo con las apasionadas noches zaragozanas de Virginia Woolf y su marido.

Porque sus libros están llenos de celebraciones, de recuperaciones y de homenajes, como los que hace en este libro a José María Matheu, a Fernando Ferreró, a Rosendo Tello, a Juan Antonio Gómez o, sobre todo, a nuestro querido Alfredo Castellón.

Porque, como diría Pich i Pon, algunos de sus textos «nos erizan los pelos del corazón».

Porque es capaz de escribir dos artículos sobre verdugos para el mismo libro y quedarse tan ancho.

Porque es capaz de escribir dos artículos sobre verdugos y aclararnos que todos ellos antes que verdugos fueron delincuentes, lo cual explica muchas cosas.

Porque sabe cómo escribir del Zaragoza actual sin que las lágrimas salpiquen las páginas.

Porque a su Zaragoza en este libro solo le dedica un artículo. Uno menos que a los verdugos. Y eso demuestra que sí, que es un buen zaragocista, pero no el mayor, porque ese soy yo.

Porque, como en aquellos chistes antiguos, es capaz de relacionar a Durruti, a un comisario de policía y a Mi vaca lechera.

Porque le gusta hablar bien de su editor y no comprende que así nunca será en un escritor maldito.

Porque cuenta como nadie lo absurdo y cruel de la guerra.

Porque nos recuerda al tenor Carlos Lizondo y cómo cantaba el Adiós a la vida delante de la tapias del cementerio, frente al pelotón de fusilamiento.

Porque nuestras vidas no hubieran sido las mismas si no nos hubiera descubierto al gran Josep Puyol, el «pedomano», y si no nos hubiera detallado que actuaba con calzones de satén negro, que a veces los cambiaba por un frac, que en su repertorio incluía el pedo del cañonazo y el pedo la modista, y que este último imitaba a la perfección el ruido de la tela al rasgarse y duraba exactamente 10 segundos. Muchas gracias, Pepe. Después de saberlo todos dormiremos más tranquilos.

Porque para él la erudición no es un fin, sino una herramienta que usa para relacionarse con el mundo.

Porque aunque habla de libros y de autores, lo que a él le interesan son la vida y sus misterios.

Porque sus libros demuestran que la literatura y la vida son como el azogue y el espejo, se necesitan la una a la otra.

Porque, cuando escribe, nunca se pone tan estupendo como acabo de hacerlo yo.

Porque en sus libros tienen voz las “sinsombrero” del mundo. Todas esas mujeres a las que, como él dice, algunos quisieron sepultar bajo “pesadas losas de silencio”.

Porque escribe sobre la historia de Zaragoza como si la ciudad hubiera sido su primera novia.

Porque quiere tanto a Zaragoza y a Aragón que le quema la racanería con que, a veces, se comportan con sus hombres más ilustres.  ¡Por favor una placa ya en todas las casas zaragozanas de Goya!

Porque le perdono que no haya incluido a Montemolín entre los viejos barrios de Zaragoza.

Porque es compasivo con los humildes e implacable con los petulantes y los pelmazos.

Porque no aguanta a los solemnes.

Porque hay que leer sus textos con gafas de soldador para prevenir las pedradas inesperadas.

Porque utiliza la ironía como un maestro de esgrima, para pegar estocadas. Y es que es muy amigo de Ángel Artal y, claro, todo se pega.

Porque con su trajín de libros antiguos y primeras ediciones nos recuerda que la vida es un continuo que no ha empezado ni acabara en nosotros.

Porque los libros que compra han pasado de mano en mano y como diría Ismael Grasa, respira en ellos «el transcurso de las décadas.»

Porque hay que leer sus libros sin fijarse mucho, con relajación, no vaya a ser cosa que localicemos una errata y le demos un disgusto.

Porque por saber sabe hasta dónde perdió la virginidad Ildefonso Manuel Gil.

Porque algunos amigos quisimos titular el libro El lector empalmado y, afortunamente, él se negó.

Porque, como diría Antón Castro, hay que leer sus textos con un pañuelo cerca para empapar la ternura.

Porque, sí, en el fondo es un tierno y blando y se emociona con la historia de Adelina, aquella lectora casi ciega que le regaló una edición muy especial del Saputo. O con la de Royo Villanova que visitaba la tumba de su mujer cada mañana antes de ir a dar clase.

Porque no le gusta que los limpiabotas le limpien las botas.

Porque aunque le preocupe qué será de su biblioteca cuando él no esté, lo que de verdad le inquieta es el paso del tiempo, como a todos.

Porque aunque le gustaría tener tantos apellidos aragoneses como Moneva, él calza siempre castellanos... y es un hombre abierto, de mundo y cosmopolita.

Porque se codea igual con el Pastor de Andorra y Perico Fernández que con Karen Blixen o Marilyn Monroe.

Porque en sus textos lo mismo aparecen reyes y catedráticos que payasos.

Porque escribe y vive contra la amargura.

Porque nos recuerda, como diría Miguel D´Ors, que la felicidad consiste «en no ser feliz y que no te importe».

Porque cuando escribe sobre sí mismo, en realidad, lo hace sobre todos nosotros.

Porque cree que la risa está infravalorada.

Porque le gusta reírse de sí mismo.

Porque nos gusta que escriba que por un artículo es capaz de jugarse el matrimonio.

Porque todos sabemos que eso no se lo cree ni él harto de moscatel.

Porque le queremos a pesar de lo que hace sufrir en sus escritos a su vicerrectora favorita.

Porque ha hecho de su vicerrectora favorita un personaje gruñón y un tanto tacaño, pero muchos sabemos que sin la de verdad, sin su Yolanda, no sabe ni por dónde salir de un ascensor.

Porque, como buen bibliófilo, aunque a veces leyéndole parezca que está un poco trastornado, no es que lo parezca, sino que lo está, y a él le encanta reconocerlo.

Porque viene de participar en una tertulia llamada «Ojalá se te apolille» y eso demuestra lo que acabo de decir.

Porque Yolanda, Iguácel y Jorge aceptaron vivir con él dentro de una biblioteca y él se lo agradece con una espléndida dedicatoria.

Porque con sus libros ha creado un género propio.

Porque no solo ha creado un género propio con sus libros, sino también  con sus presentaciones y esta se parece mucho a una que hizo en este mismo edificio hace un par de años y de la que yo me acuerdo muy bien.

Porque las presentaciones de sus libros dan mucho juego y para mucho rato, pero esta tiene que terminar. Porque si no nuestra vicerrectora favorita nos echará a todos a la calle. Porque espero que todos ustedes salgan corriendo a comprar el libro. Porque Pepe y yo, como buenos masoquistas, tenemos prisa por irnos a ver al Zaragoza y porque, aunque me siguen temblando las piernas y me temo lo peor, siento curiosidad por lo que tenga que decir a continuación.

 

Tras los dos estupendos presentadores, tomó la palabra José Luis Melero y agradeció las muestras de cariño de la gente que abarrotaba el Aula Magna del Paraninfo de la Universidad de Zaragoza.

Y cuando parecía que había terminado la presentación, sucedió esto:

 

Jorge Asín y Luis Rabanaque, Grandes de Oregón, nombraron a Pepe Melero «Conde de Oregón, Sicilia, Neopatria, Cambrils y Salou»

(haz click  en la imagen para ampliar)

Compartir artículo